Pietá.
Hace años
un hombre dio un martillazo
a la Piedad
de Miguel Ángel.
El asombro
aún reverbera
en mi
garganta
como toque
de campana.
¿Qué lo
volvió ciego al esfuerzo del artista?
¿Cómo no
vio el esmero creador
de esos
cuerpos gráciles
de esas
manos perfectas
milagrosamente
bellas
renacidas
de la piedra desbastada?
Su arrebato
redentor
rompió dedos
y algo más,
mas no logró
quebrar la márbrea prisión.
El
propósito desesperado
de librar
al espíritu de la piedad
preso en la
cáscara belleza,
en la
perfección de los gestos detenida.
Por eso,
no hubo
misericordia
para el
turbado irreverente
que se
atrevió a publicar
su
sufrimiento enaltecido,
obsesionado
sin piedad.